domingo, 24 de febrero de 2008

Escribir, lo que se llama escribir

Por: Mallela V. Pérez Palomino


Me atosiga el criticar a los demás y no tener acciones concretas para llevarles la contra.

Y aunque ahora mismo estoy haciendo lo que critico, es decir, criticando de palabra, lo cual me roba el sueño (¡qué rollo!) y no quiero dejar de exponer algunas cosas. Talvez no sea la más indicada para dar este mensaje, pero igual lo haré.


Convencida que la teoría sin la práctica, no va a ningún lado, igualmente conceptúo que la labor docente no tiene horarios ni ámbitos ni siquiera debe esperarse su remuneración.


Más allá del momento en que se abandonan los claustros universitarios, en que termina el período de clases, queda allí inmanente el sagrado deber de educar, lo cual se traduce en la premisa de formar e informar.


Discrepo del discurso complicado y tecnócrata que muchos teóricos o académicos utilizan, y que es sólo comprendido por un pequeño círculo. Me pregunto si ese sentimiento elitista les provocará alguna especie de orgasmo intelectual, al saberse entre un grupo sectario que lee y analiza sus letras en el mismo código, dejando por fuera al resto de los mortales.


Semeja a la situación que se da cuando algunos paisanos de comunidades extranjeras radicadas en nuestro país, se ponen a hablar en su lengua nativa frente a nosotros y no les entendemos ni pío. No sé qué es peor, no entender nada o, sentirse uno ante extraterrestres departiendo entre ellos frente a terrícolas boquiabiertos.


Otro punto importante en la comunicación, son las palabras domingueras, las frases altisonantes y los términos que se ponen de moda. Este es el pan de cada día en los medios masivos de comunicación.


Por otro lado, vemos que algunos intelectuales tienden a sumirse en reflexiones y algunos se dan a la tarea de exponerlas al público, sin mayor éxito, ya que el lenguaje que se habla en sus torres de marfil no es decodificado por el común del auditorio. (Ah, no entiendes, so ignorante, entonces jodete, quién te manda).


Quieren, haciéndose los humildes, que su arduo esfuerzo de escribir y poner los pensamientos a la orden de los habitantes extra-Olimpus, se vea como un sacrificio personal a favor de la humanidad lo cual le deben agradecer por los siglos de los siglos. Amén (aunque no lo comprendan).


Conozco un grupo de docentes que se reúnen en las cafeterías universitarias a celebrar la cantidad de fracasos que pusieron entre el estudiantado al final de sus cursos. Pretenden ignorar que, cuando la mayoría de tus pupilos fracasan, quien fracasa es el pretendido maestro. Y fracasa la comunicación en su esencia. Talvez porque tantas personas no pueden estarse equivocando. Y aclaro que no es lo mismo que la máxima mal de muchos, consuelo de tontos.


¿Que hay estudiantes poco consagrados? Los hay, pero eso tiene solución en la primera clase, donde el segundo punto (el primero es el nombre el docente), consiste en dar las reglas del juego. Pero volvamos a los escribientes.


Escribir, cualquiera escribe. Yo, por ejemplo, lo hago desde los cuatro años. Pero

¡Qué desestresante es escribir y escribir y escribir, sin consultar bibliografías, ni investigar ponencias ni nada! Sólo exponer la personal opinión en los preceptos propios, y seguir escribiendo sin sustentar las exposiciones.


Me dirán: ese es periodismo de opinión, la opinión es subjetiva y se basa en los valores referenciales de quien opina. Bueno, ¡qué le vamos a hacer! Pero me pregunto ¿Descartes hizo eso en la elaboración del Discurso del Método? Y también me imagino que no obtuvo dividendo alguno de ello.


Hago la observación que mi supervivencia se la debo a los números y no a las letras: escribo por amor al arte y eso garantiza mi estatus de libre pensadora. Aclaro que sé que oficio es lo que hacemos para sobrevivir. Tengo un amigo que, al ganarse un concurso de literatura, me dice eufórico: ¡Ya puedo decir que soy escritor, por fin escribir me ha dado dinero! Y no es que critique a quien viva del noble oficio: todo lo contrario, los admiro por fajarse día a día con el teclado. Sigamos…


Podemos observar quienes se debaten en la incertidumbre porque no saben qué escoger ser: la noticia o el portador de la noticia. Es necesario separar los roles: o eres el protagonista o eres el mensajero. Malo, malo por aquel del papel ambivalente. Sin embargo es positivo recordar que, en comunicación también enseñan que muchas veces el mensajero es el mensaje.


No obstante, apreciados lectores, escribir escribir, lo que se llama escribir es algo importante, delicado y comprometido.


Tomar un tema interesante y convertirlo en un artículo bueno, es fácil, tocando las teclas correctas. Como resulta que algunos no tienen en su haber esa cualidad, se moldea el diamante en bruto con la figura del corrector de estilo y conexos.


Tomar un tema soso y volverlo un artículo interesante es misión del sentido periodístico y la garra investigativa y literaria.


Tomar un tema sopeteado y volverlo un artículo excelente es producto del accionar periodístico, interés investigativo y ese placer inefable de llevar al lector una pieza comprensible, didáctica, esclarecedora y edificante, pero que no admita aburrimiento. Hacia allá debemos encaminarnos.


Sin embargo esta última misión de la excelencia, que podríamos de repente llamar una obra de arte, suele ser para algunos casi una saga de ciencia ficción.


Así como nos comunicamos con nuestros alumnos durante la faena docente, de la misma forma, el lector requiere un lenguaje de altura sin obnubilar con términos técnicos, sencillo sin pecar de chabacano.


Porque en este actuar lo que gana es la buena comunicación. Mandar el mensaje que se quiere enviar y que éste sea comprendido, pero ante todo es vital capturar al lector desde el inicio y ello incluye el título.


Y no dejar que el elemento cuantitativo transgreda nuestros intereses cualitativos, o sea, preocuparnos por la calidad, más que por la cantidad. Y esto se refiere al propio escrito o a la cantidad de ellos.


Escribir, al igual que todo en la vida requiere de práctica y disciplina. Las plumas neófitas siempre han sido necesarias para refrescar las letras con sus yerros y aciertos. Con el tiempo ellas adquirirán ese hermoso ropaje que les da la madurez.


Semejante al hecho que, de un vistazo, un auditor experto determina en un balance qué cuentas deberán ser detalladas y revisadas y cuáles podrían ser un potencial gol.


¡Qué belleza leer a Gabo García Márquez, Ignacio Ramonet, Eduardo Galeano y otros no menos célebres! Ellos también tuvieron sus inicios y hoy día no menosprecian la pluma novel, todo lo contrario.


No se puede tener a menos el valor de quienes no son duchos en estos menesteres, porque serán el futuro. Cada día todos aprendemos y ponemos en práctica algo nuevo. Cada uno es emisor de alguna enseñanza y al mismo tiempo, perceptor de una y miles. Así también sucede en la comunicación escrita.


Lo que no se puede soportar es que, quien ha echado canas escribiendo, deje de mostrar esa superación y evolución del pensamiento que la tinta describe en el recorrido patentado sobre el papel y; que va de la mano con el perfeccionamiento de la palabra.


Y por último, doy la condolencia a los no agraciados en la misión de la pluma, cuando ceden a la tentación de mil y una artimañas para quitar relevancia a otros, cayendo en el papel que critican: censores de opinión.


Personalmente prefiero batirme como novata en el campo del honor a plumillaza limpia con el convencimiento de que, cualquier estocada recibida en la escaramuza refuerza la voluntad de enriquecer las letras futuras.


Gracias por soportarme.

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